martes, 21 de diciembre de 2010

Los Candados del Infierno


Hace dos semanas, 81 chilenos murieron de una forma horrible, en un incendio en la cárcel de San Miguel. Hace un mes, 20 coterráneos murieron en un inexplicable accidente vehicular, en la Autopista del Sol, a la altura de Talagante. El factor común de estas tragedias, fue una vez más la negligencia Gubernamental. Un Estado, o más bien, un grupo de individuos ansiosos de poder y dinero, que se escudan tras las banderas del progresismo y del catolicismo, respectivamente, fue el responsable de la falta de prevención y de acción, que hubiesen evitado estas muertes absurdas e innecesarias.

Como un triste déjà vu que me trae a la cabeza el título de mi nota sobre los 33 mineros ("El Parche en la Herida"), volvemos a ser testigos de la ineficiencia y el egoísmo de las autoridades tanto de izquierda como de derecha, que dejaron durmiendo por años proyectos de ley que regulaban el hacinamiento carcelario y el uso de cinturones de seguridad en los buses, mientras se dedicaban a debatir si era prudente subirse el sueldo a ellos mismos.

Una vez más dejamos que la desgracia tocara nuestra puerta, vestida de terno y burlesca, para hacernos ver la sutileza con la que dejamos pasar los problemas ajenos, aduciendo a que "nunca me pasará a mi". No exigimos mejoras, no apoyamos causas humanitarias, mientras no nos afecte a nosotros. El déjà vu es constante; creo haber escrito esto más de una vez, en estos dos años de bloggeo intermitente.

Esta vez mi dedo punzante pero resbaloso, no reposará sólo sobre el Gobierno de turno. No saco nada con hacerlo, ya que Tatán ni mandado por su señora leerá esto -tal vez, si le tiro un dólar lo piensa-. En esta ocasión apuntaré a ustedes, a mis contados pero valiosos lectores, tan incólumes y tecnoadictos como quien escribe.

No es su culpa, lo reconozco, que hayan perdido gran parte de su capacidad de impresión, ante tragedias de este tipo. No es su culpa que hayan crecido en medio de una sociedad arribista, consumista y competitiva, y que los hayan acostumbrado a ver y creer como cierto cada hecho que aparece en la prensa fascista y chupamedia, regida por las normas del mismo Estado que permite que la señal llegue a sus televisores.

No es su culpa haber sido formados en la base del miedo, del terror a ser asaltados, maniatados, agredidos, torturados, violados, asesinados o abducidos por los marcianos, pero si es su culpa el velar sólo por su propia seguridad y la de sus familiares. Es culpa suya -y mía- el no pensar como sociedad, como una comunidad unida, donde dependemos los unos de los otros. Es nuestra culpa no valorar la diversidad, la necesidad de que pensemos y actuemos cada uno distinto, y en su lugar sólo discriminamos y omitimos lo que no nos identifica.

Tachamos de "flaites" a quienes viven en poblaciones, acusándolos, sin conocerlos, de delincuentes y narcotraficantes, y exigiendo el máximo rigor de la Ley para ellos. Creemos que es su estilo de vida, que ellos escogieron ser así y que es imposible cambiarlos, así que los metemos dentro de pequeñas celdas para que estén todos juntos, "en su ambiente". Ignoramos y no nos importa saberlo, el drama familiar detrás de ellos, las conductas heredadas de los padres, la falta de estudios, la necesidad de alimentarse y vivir, cuando todo el mundo te cierra la puerta por tu procedencia o historial financiero.

"Mátenlos a todos", habrá dicho algún jovencito rubio de ojos claros, en la comodidad de su piscina en el barrio alto, sin saber qué decir cuando el 8 de diciembre la cárcel ardió. Mudos se quedaron también los gendarmes, a esas horas en que estaban tan borrachos como los pacos de San Joaquín. Los únicos que dieron el grito en el cielo fueron los defensores de los Derechos Humanos, quienes pedían un trato digno para los detenidos, mientras tiempo atrás exigían la horca para los cómplices de Pinochet.

No confundan lo que digo. El día de la tragedia penitenciaria, postié en mi Twitter una pregunta que a simple vista parecía sencilla de contestar: "¿Quienes violan los DDHH, pierden sus Derechos Humanos?". Las respuestas fueron de toda índole, pero todas iban a lo mismo, a que sin importar color, sexo ni religión, los DDHH son innegables para todos. Es fácil decirlo, es difícil pensar en todas las implicancias, y aún más complicado ponerlo en práctica. Si hay algo que podemos rescatar de esta nota, que sea esto, recordar que todos merecemos la misma dignidad, las mismas oportunidades y la misma responsabilidad, seamos como seamos, vengamos de donde vengamos. Los candados del Infierno no son los que impidieron el rescate de los presos ni los que faltaron en los asientos del bus siniestrado, sino los que nos van cerrando el corazón y los ojos, a medida que pasan los días y los meses. Feliz navidad.

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