martes, 15 de junio de 2010

¿Alguien dijo Progresista?


Las pasadas elecciones presidenciales dejaron algo más que una coalición moribunda y un Gobierno arrogante. Dejaron entrever una herida abierta en el pecho de millones de chilenos hastiados de la ineptitud y la inoperancia de quienes, por más obligación constitucional que democrática, debían gobernar y erigir nuestras pequeñas y exprimidas vidas consumistas. Esa herida se canalizó en primera vuelta con un nombre, Marco Enríquez-Ominami, bajo el cual estaba escrito el nombre de todos y cada uno de los disconformes con el voraz actuar de una Concertación tan derechizadamente neoliberal como su opositora y conservadora Alianza por Chile.


El resultado fueron 1 millón y medio de votos, 20% de los inscritos en el Servel que marcaron por la opción independiente de la lista. Datos numéricos y estadísticos por los que los abanderados presidenciales se pelearon a muerte para sumarlos en segunda vuelta. Pero eran sólo eso, números y porcentajes que hacían falta para alcanzar el anhelado 50+1 con el que al final se impuso un sórdido Sebastián Piñera ante un escueto Eduardo Frei. Nunca esos números fueron individualizados como personas trabajadoras, con familias, necesidades y opiniones personales, opiniones que de nada servían a la hora de ir a la urna el 17 de enero y votar por el blanco o el negro, sin una opción de color distinto.


Un mes después, fuimos golpeados por un devastador terremoto que no hizo más que ratificar la incompetencia de las autoridades salientes y la gran capacidad de las entrantes para aprovecharse de la desgracia y usarla como pantalla para faltar a sus promesas de campaña. Hoy, la herida sangrante parece haber cerrado, pero no por alguna curación efectiva, si no por compresas e inyecciones de morfina, avivadas por pasiones futbolísticas y proyectos usurpados de las mentes progresistas de quienes trabajaron por ese millón y medio de soñadores que querían un país mejor.


Las ideas buenas siempre son bien recibidas, vengan de donde vengan. Hoy el Gobierno tiene un 53% de aprobación por comprometerse a seguir parte del programa de Marco, pero hasta ahora no ha llevado a cabo ninguno de los puntos que tanto repitió el Presidente cuando estaba en campaña. “Esto es progresar”, dicen los ministros aplaudiendo a destajo. “Esto es discriminar”, dice la Concertación mientras reclama por la persecución política en contra de los funcionarios públicos que fueran contratados en estas dos décadas de pitutocracia.


Y es esta misma Concertación la que se hacía llamar progresista, cuando tuvo 20 años a Chile estancado entre tratados de libre comercio en los que se llevan nuestros productos al extranjero para luego volver a importarlos más caros. La misma Concertación que se tapó los oídos cuando estudiantes, profesores, médicos, mapuches, usuarios del Transantiago y pensionados salieron a las calles exigiendo sus derechos. La misma Concertación que daba chipe libre a los delincuentes y narcotraficantes, mientras metía a la cárcel a titulares de Dicom y agricultores de cannabis para autoconsumo. La misma que, entre otras cosas, trató a Marco de inmaduro y que ahora anda llorando porque vuelva y les enseñe a ser Progresistas de verdad.


Esto se llama hipocresía, y eso es lo que como Partido Político vamos a combatir. Tenemos los mismos sueños y anhelos de aquel perceptiblemente lejano 2009, y una altura de miras que ya se la quisieran los viejos dinosaurios de la politiquería chilena. Ser progresista no es sólo presentar unos cuantos proyectos para mantener contento al pueblo, si no trabajar para que cada una de las personas, sin exclusión, vean sus derechos respetados y tengan una mejor calidad de vida.


Ser progresista es buscar la libertad en todas sus formas, desde la libre elección de mercado hasta la libre expresión de pensamientos. Es además buscar la igualdad y justicia para todos, sin distinciones de género, origen étnico ni nivel socioeconómico. Un progresista es un ser fraterno, preocupado por los demás y de su bienestar, por sobre el beneficio propio, comprendiendo que la educación y la salud es un derecho innegable de cada ser humano. Progresismo es ver un país sin fronteras, amigo de nuestros vecinos pero capaz de autosostenerse cuando nos quitan el hombro. Ser progresista es ser tolerante con toda opción personal, desde lo religioso hasta lo sexual, siempre con el respeto y dignidad que todo ciudadano merece. El real progreso sólo se puede ver a largo plazo, conservando y protegiendo nuestro medio ambiente y nuestra rica flora y fauna nativa, especialmente a aquella que forma parte de nuestras familias y que con cariño llamamos "mascotas". Los progresistas vemos nuestro pasado de forma constructiva, aprendiendo de los errores y no enrostrándolos para generar polémica con fines electorales. Un Partido Progresista es aquel que se rige por estas normas en Pro de una sociedad que exige a gritos un verdadero y fructífero cambio.


La herida que tiene el país no está cerrada, muy al contrario, algún día no aguantará la presión y reventará grotescamente, pero estaremos preparados para suturarla a base de ideas concretas y no superficiales, con toda la fuerza y la energía de una juventud que tiene la garra y el coraje para lograr grandes cosas. El Partido Progresista recién se está formando, y todos podemos ayudar a que crezca recto, sano, puro y firme. Es el comienzo de una nueva revolución, impulsada por un eco que se ha hecho sentir en toda América Latina. Yo, una vez más, Marco por el PRO.

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